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SOBRE LOS EVANGELIOS DE ENERO 2020, “Evangelio y vida” en Palabra, diciembre de 2019

Aquí los comentarios a los evangelios de los domingos y solemnidades del mes de enero 2020, que he escrito para la revista Palabra en el numero de diciembre de 2019. Feliz año nuevo!

EVANGELIO Y VIDA 
1 de enero 
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS 
La única referencia a María en los escritos de Pablo está en la Carta a los Gálatas: “cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”.Dios ha enviado a su Hijo para que se haga uno como nosotros, y ha querido que naciera de una mujer, que viviera la experiencia que todos hacemos: habitar durante nueve meses en el seno de nuestra madre. Ahí, cada uno de nosotros, tiene la primera experiencia de la vida, conocemos el latir del corazón de la madre, que se con- vierte en la banda sonora que acompañará toda la existencia. En ese lugar, sentimos el primer calor del cuerpo humano que nos rodea, tenemos la primera experiencia de la ternura, entendemos la fuerza de ser alimentados por la madre. Experimentamos los sobresaltos de sus temores y la dulzura de su alegría. La felicidad del afecto que recibe del esposo se convierte en nuestra felicidad y nos hace saltar en el seno. Lucas dice que después de ocho días “le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción en el seno”.Concebido en el seno. El lenguaje de la Biblia lo dice así: no en el pensamiento, no en las discusiones académicas. A la palabra de Dios, en el lenguaje semítico, le gusta subrayar las entrañas de la madre. Nosotros diríamos: concibió, fue concebido. La Biblia añade: en el seno. Es nuestra primera casa y fue la primera casa de Jesús. Aquel seno que la Biblia eleva al símbolo de la misericordia de Dios: entrañas de misericordia tiene nuestro Dios. Jesús, que nos lleva a la misericordia del Padre, ha experimentado en el seno, la misericordia de la madre. Después de ocho días, le pusieron por nombre Jesús, pero El tenía ya ese nombre antes de comenzar a vivir en el seno de la madre. Durante esos nueve meses, la madre y José lo llamarían así muchas veces:¡Jesús!,¡Jesús mío!, ¡Jesús,hijo nuestro! Llamarlo así era rezar con el sentido de esas palabras: “Oh, Dios, ¡salva a tu pueblo!”. Y también era afirmar con fe: ¡Dios salva! María, diciendo dulcemente Jeshu’a, mientras acariciaba su seno. Cuando los pastores vinieron a verla, el niño estaba recostado en el pesebre, el segundo vientre, la segunda casa de su vida. Y así el seno de la María estaba libre para acogerlos en su maternidad. Con José, abre la entrada de la gruta sin temor, deja que contemplen el fruto de sus entrañas. Después, con José, escucha su historia. El estupor abre la puerta del corazón. Con su mirada les invita a entrar en su corazón. Custodia sus palabras, los hechos que le narran, sus rostros, sus problemas, su pobreza. Su seno está abierto a acoger a otros hijos que sean hermanos de su primogénito. También nosotros entramos, miramos, narramos, nos introducimos en su corazón,donde nos sentiremos custodiados y pensados. Ya no nos perderemos más.

5 de enero 
II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD 
¿Quién es ese niño del que los ángeles hablaron en Belén, los pastores han visto reclinado en el pesebre de la gruta y que José y María llaman Jesús como había dicho el ángel? El cuarto Evangelio inicia con un himno, un canto, una poesía, una declaración de fe y de amor en la que no hay dudas: aquel niño, aquel hombre crucificado y resucitado y que subió al cielo, es la Palabra de Dios que se ha hecho carne. Aquel niño es la Sabiduría de Dios que finalmente ha fijado su tienda entre nosotros, como había prometido. El que me ha creado me dio una orden: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel” (Eclesiástico, 24, 8). Ese niño que llora y sonríe, que la madre amamanta y envuelve en pañales, que duerme y se despierta, es el Verbo de Dios que estaba junto a Dios desde que “en el principio, creó Dios el cielo y la tierra”. Dios creador ha hecho por medio de él todas las cosas que existen. Niño Dios, hombre Dios que hemos visto crecer y hemos contemplado de adulto: lleno de gracia y de verdad. Le hemos seguido. Ahora que ha desaparecido de nuestra mirada, lo po- demos encontrar en todas las cosas, porque todas poseen su huella, su firma, su rostro. Lo reconocemos en toda realidad de lo creado. Su huella está en todo hombre. Realmente cada persona está en el prólogo de Juan: el Verbo hecho carne es la vida, y la vida es la luz “que alumbra a todo hombre”, “para que todos creyeran por medio de él”. En el Prólogo también aparecen las tinieblas, los obstáculos que en todo el evangelio se yerguen para destruir la potencia de la luz y de la vida. Pero no vencen. El mensaje del Prólogo es realista, y a la vez totalmente positivo acerca de la acción de Dios para con nosotros: en el Verbo que se hace carne, está “la luz”, está “la vida”, está la “gracia sobre gracia” que recibimos a través de él. La posible negatividad está sólo en las tinieblas que rechazan al Verbo, y en quien no lo acoge. Pero si lo acogemos, nos da el poder de ser hijos con Él. Por su vida conocemos a Dios: nadie lo ha visto jamás, pero él, que está en el seno del Padre, nos lo revela. “¡Muéstrame, Señor, tu rostro!”. La petición de los justos del antiguo testamento tiene finalmente una respuesta, para la que no es necesario morir. “Felipe, quien me ha visto a mi ha visto al Padre”. El discípulo amado que en la última Cena se apoya sobre el pecho de Jesús, hace lo que el Hijo hace con el Padre. Y también él, como apóstol, como evangelista, nos revela al Hijo. Todo cristiano está invitado a ser como el discípulo amado: a apoyarse sobre el pecho de Jesús, a conocer su corazón, a hacer la experiencia de su carne, a alimentarse con su cuerpo y con su sangre, para después revelarlo al mundo como Palabra de Dios que se ha hecho carne como nosotros, para hacernos a nosotros hijos de Dios como Él. 
6 de enero 
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA 
Dijo Dios a Abraham cuando lo llamó: “En ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra” (Gen 12, 3). Mateo, en la Epifanía, pone en evidencia que ya desde niño, Jesús difunde esta bendición sobre las gentes. Este hijo de Dios que ha entrado en nuestra historia, ha habitado en un lugar de nuestra tierra, se ha hecho hombre como nosotros. El mesías y la salvación que trae es para todos. Jesús ha sido enviado desde el primer momento de su existencia terrena a encontrarse con su gente y con las gentes de todos los pueblos. Primero con Isabel, Zacarías y Juan, todavía no nacido. Más tarde, en el templo, con los más preparados: Simeón y Ana. Ahora, con los Magos venidos de oriente. Sabios de quién sabe qué credo religioso. ¿Quién les ha guiado hasta aquí? El Espíritu Santo es quien guía a todos hacia Jesús. Los Magos le conocieron mirando las estrellas, estudiando su ciencia. Ahí encontraron la voz de Dios que los incita a ponerse en camino. Los ha llamado como llamó a Abraham para que saliera de su tierra. También a ellos, hacia la tierra prometida: buscadores de Dios, viajeros valerosos. Llenos de esperanza. Dejan comodidades y certezas y se lanzan a la aventura de encontrar al rey de los judíos, enviado por Dios. En esa estrella particular, que los precede, encuentran los signos de Dios que habla de tantos modos a quien le sabe escuchar. Si la estrella desaparece, tienen necesidad de intérpretes. Ha nacido un rey, y ellos, ingenuos, van al rey de Jerusalén. Los jefes de los sacerdotes y los escribas, consultados por Herodes, muestran que poseen la ciencia de Dios y de sus Escrituras, y saben con precisión dónde puede haber nacido el rey de los judíos. Pero no se mueven, no van a adorar: su ciencia no enciende su corazón, que se mantiene frío y sepultado bajo el saber, del afán adulador de hacer sólo lo que agrada a su rey, y que no cambia su vida. Son los sacerdotes del templo, ¿qué podrá añadir a su ciencia un niño? Ponen su ciencia, neutralmente, al servicio de la muerte: podían haber intuido cómo usaría Herodes su información… Nosotros, que leemos, si aprendemos de los Magos, iremos en directo a buscar al Hijo de Dios que ha nacido, con el corazón fresco y a la escucha de las cosas nuevas que Dios hace, abiertos a la fantasía del Espíritu Santo. Si, para evitarla, hacemos caso de la conducta de los sacerdotes y de los escribas, no nos conformaremos con lo que sabemos, con el puesto conseguido, con lo que siempre se ha hecho, con lo que toda Jerusalén considera lo bueno, porque ha sido adquirido por la costumbre. El sobresalto de la nueva noticia nos moverá a buscar en la normalidad del nacimiento de un niño y de la familia que lo circunda, la presencia de Dios. A donarle el oro que tenemos. A seguir la voz de Dios, que nos guía con las estrellas, y la voz de los ángeles que nos hablan en sueños. 

12 de enero 
SOLEMNIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR 
En el tiempo de Navidad hemos contemplado al hijo de Dios, que ha pedido humildemente a María donarle su cuerpo de mujer, su capacidad de ser madre, para poder asumir nuestra carne y nacer de ella como uno de nosotros. ¿Puedo, llena de gracia, venir a habitar en tu casa, en tu seno? Lo hemos visto pedir humildemente a José hacerle el favor de estar junto a María como esposo, para ser su padre. ¿Puedes tomar a María como esposa para ser mi padre delante de los hombres? Ha pedido humildemente en Belén, por favor, si hubiera una gruta donde poder nacer, con un pesebre de animales, don- de poder reposar. Al final, Belén, un poco entre dudas, se la ha concedido. Ha pedido a los pastores que se movieran de noche para ir a saludarlo, si es que querían, a Él, el hijo de Dios recién nacido, en el nombre de todo el pueblo de Israel, ignorante e incrédulo, y han dicho: ¡vamos! Ha pedido a los sabios de oriente que hicieran un largo viaje siguiendo una estrella, en nombre de todas las gentes. Y partieron: ¡hemos venido a adorarlo! Ha pedido a Simeón que fuera al templo que lo habría ignorado. Y Simeón fue deprisa. Ha pedido a Egipto que lo acoja como fugitivo y que lo proteja de los enemigos. Y así fue. Ahora, el día de su bautismo, Jesús se pone en la cola y pide humildemente al Jordán que lo lave, y a Juan que le considere pecador entre los pecadores, aunque no lo entienda. ¡Conviene que así cumplamos toda justicia!”. Y pide a las aguas del Jordán que lo cubran para tomar sobre sí todos los pecados de la humanidad, que ha hecho suyos. ¡Afortunadas aguas del mundo, en el nombre de las aguas que vendrán, en todos los baptisterios del futuro! Después de haber discutido y dudado, y preguntado para tener mayor claridad, dirán todos los que escuchan a Jesús, que sí. Dirán que no hay problema, al Espíritu Santo que pide. “Mira, estoy a la puerta y llamo” (Ap 3, 20). Y le dicen que sí María, José, Belén, los pastores, los Magos, Egipto, el Bautista y las aguas del Jordán. También a nosotros nos pide Dios Padre: querría que tú fueras mi hijo, como Jesús, es más, dentro de Jesús, el elegido, el amado. Y nosotros nos confundimos, no entendemos, objetamos: tendríamos que ser nosotros los que te pidiéramos este inmenso don inmerecido y, en cambio, eres tú el que vienes a ofrecerlo como un pordiosero que ofrece oro, sin tener en cuenta las respuestas desagradables y ofensivas de quien no entiende. Y el Padre está contento de que le digamos que sí, y el Hijo está feliz de entrar en nuestra vida y hacernos entrar en la suya, y el Espíritu, de llenarnos de su gloria. El Padre también nos dice, en las orillas del Jordán, en nuestro bautismo, llamándonos por nuestro nombre: este es mi hijo, el amado, en quien he puesto mi complacencia. Y nosotros, finalmente, lo llamamos Padre, y exultamos de alegría y de estupor.  

19 de enero 
II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 
Juan cumple su misión de indicar que Hijo de Dios que ha venido. Lo hace diciendo esas palabras que escuchamos en cada misa: “¡He aquí el cordero de Dios!”. Es cordero como el cordero pascual cuya sangre derramada salvó a todos los primogénitos de Israel en Egipto. Entonces, toda familia debía tener un cordero, y esparcir su sangre en los dinteles de la casa. Ahora, el cordero es único para todos. No es el cordero de la familia, sino el “Cordero de Dios”. Y sobrevino un cambio enorme. Un vuelco total. Cuando Israel temía por su suerte en manos de los Filisteos, imploraba a Samuel para que intercediera por ellos delante de Dios. Y Samuel tomó un cordero y lo ofreció en holocausto a Dios. Y el Señor lo escuchó (cf. 1 Sam 7, 8-9). Samuel hacía lo que todas las religiones hacían: ofrecer a Dios animales y frutos de la tierra como víctimas propiciatorias por los pecados. Ahora, con Jesús, ha cambiado todo. El cordero no es ya del pueblo, del sacerdote, del que ofrece. Es de Dios. Es más, es Dios mismo. Nunca se había escuchado una cosa semejante. Es algo infinitamente nuevo. En arameo, la palabra cordero es la misma con la que se dice “siervo”. He aquí el Cordero de Dios: he aquí el siervo de Dios. Por tanto, los cantos del siervo del Señor, de Isaías, se aplican todos a Jesús. En él, salen de la oscuridad y encuentran toda su luz: “Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le reuniera a Israel […]. Y ha dicho: ‘Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance los confines de la tierra’”. Un único cordero para salvar a toda la familia humana. “Que quita el pecado del mundo”, dice Juan: en presente y singular. Ahora quita esos pecados, no los pecados singulares por los que es necesario multiplicar al infinito los sacrificios, no: quita el pecado que los reúne a todos. Lo hace para siempre, es su tarea. ¿Cómo hace para quitar el pecado? Como cordero inmolado. Como oveja muda. Quita el pecado con su sacrificio, pero no es un sacrificio como aquel de los corderos que morían, eran quemados y eso era todo. Jesús da su vida. Y su cuerpo y su sangre son donados para que tengamos la vida en abundancia. Es más, nos advierte: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 53-54). Ve la humanidad perdida y abandonada, como ovejas sin pastor, y la va a buscar. Ve a todos los hombres como amigos dispersos, y da la vida por sus amigos. Víctima de amor. Al oír hablar así a Juan, dos de sus discípulos siguen a Jesús y le preguntan dónde vive. También nosotros queremos verlo: sólo tú tienes palabras de vida eterna. 

26 de enero 
III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS 
Para Jesús, el arresto de Juan es signo de que ha llegado la hora de predicar. Su precursor está recorriendo las últimas etapas que abren el camino al Verbo de Dios: la cárcel y la muerte. Jesús lanza la invitación en pocas palabras: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 4, 17). Las mis- mas palabras que decía el Bautista (Mt 3, 2). Convertíos, en hebreo: “¡volved!”. En griego: “¡cambiad el modo de pensar!”. Podríamos entenderlo también como: girad la mirada para ver lo que sucede: el reino de Dios está cerca. Usar las mismas palabras de Juan es un elogio de Jesús hacia él. Hace ver que sus palabras son válidas también ahora que está en prisión. Están vivas porque son palabra de Dios. Por tanto, permanecen siempre. Estaban inspiradas por Dios, y ahora el Hijo del Dios las repite con una fuerza mayor. La gran luz que aparece en la tierra de Zabulón y de Naftalí es la voz de Jesús, y también su mirada. Mateo dice que Jesús “vio” a Pedro y a Andrés, después “vio” a Santiago y a Juan con su padre. Una mirada que unida a su palabra llama a seguirle de cerca. Llamando a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, que eran discípulos del Bautista, también está confirmando la misión del precursor. La mirada de Jesús incluye al padre, Zebedeo. Le llama a dejar que sus hijos vayan con él, a sufrir su ausencia en las tareas de la pesca. Zebedeo, fuerte como el trueno, impetuoso como sus hijos, los deja partir dócilmente. Más tarde, también él estará cerca del maestro y lo servirá con sus bienes, junto a su mujer Salomé. Juntos encontrarán la promesa del ciento por uno para los que dejan que los hijos sigan a Jesús. Serán testigos de pescas milagrosas, de tempestades calmadas en el lago. Del discurso del pan de vida. De milagros de curaciones. Com- prenderán que aquel pasar de Jesús, un día, por la orilla de su lago, no negaba el valor de su trabajo de pescadores, sino que lo proyectaba a horizontes más amplios: os haré pescadores de hombres. Sus hijos y los amigos de sus hijos, discípulos de Jesús, escucharán y relanzarán a través de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia, hasta nuestros días, aquel anuncio de conversión y seguimiento de Cristo. Hoy, en el “domingo de la Palabra de Dios”, celebramos la luz grande que apareció en Galilea, profetizada por Isaías: la palabra de Jesús que invita a la conversión y a seguirle. Y también es la luz de la escucha de quien se convierte y es curado, y de quien le oye y le sigue de cerca. Jesús continúa hoy recorriendo la Galilea, que es todo el mundo, para anunciar el Evangelio del Reino. Le pedimos que nos hable con la Escritura, que sea él quien predique en nuestras misas, como hacía entonces en las sinagogas, que la fuerza de su palabra provoque la conversión y el seguimiento, que cure “toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. 
Andrea Mardegan 


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